En un mundo en que los seres humanos eran creados en laboratorios el instinto de placer había sido suprimido.
Según lo establecido, a Eva le había llegado el momento y aguardaba su
turno en la sala de espera. Un hombre con bata blanca la hizo pasar
al cuarto sin levantar la mirada de su carpeta. “He olvidado algo”, dijo con voz queda, dejándola sola. Pasaron los minutos y el aburrimiento se apoderó de ella. Y entonces algo empezó a oírse: un quejido contenido, un
gemido infinito que recorrió los pasillos del centro clínico,
poniendo los pelos de punta a quienes lo oyeron, produciendo
cosquilleos desconocidos. El hombre de la bata se apresuró hacia el cuarto y cuando abrió la puerta exclamó alarmado: ¿pero qué demonios esta haciendo con esa probeta?!
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