lunes, 18 de febrero de 2019

Poseso

Los padres de Tomás insistían en recuperar al estúpido de su hijo. “Siempre supimos que se trataba de algo sobrenatural”, afirmaban. Cubierto de ceniza y con los ojos vendados, Tomás yacía en el suelo, sus muñecas y tobillos atados a unas estacas. Sus progenitores observaban el grotesco espectáculo, aliviados de que por fin sus plegarias hubieran sido escuchadas. Tras horas de ritual, el chico comenzó a convulsionar. “Me pica el culo”, dijo entre carcajadas. El exorcista, que paulatinamente había ido perdiendo ese aire de paz y tranquilidad infinitas, arrojó las ramitas humeantes que tenía en la mano y sentenció: este chico lo que es es imbécil. Yo no puedo hacer nada.