Observó sorprendido cómo se lavaba frenéticamente las manos por enésima vez. "Es ese olor a cebolla", se excusaba.
Con los ojos todavía enrojecidos sirvió la sopa. Parecía abstraída. Unas manchas parduzcas en su vestido llamaron su atención, por lo que dirigió una mano hacia ella, que se apartó bruscamente dedicándole una mirada extraña. Él, por dar conversación, comentó: "Está muy rica".
- Son del huerto de Matilde. He estado en su casa.
Él enmudeció. Se limitó a sorber nervioso de la cuchara. Ella lo contemplaba como impaciente; su plato intacto.
- ¿Y tú no comes?
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