Inmediatamente pedí que cerraran la
tapa del ataúd. ¡Qué inesperado, tan joven -decía la gente- y con
lo de vuestros padres tan reciente!. Yo hacía lo propio; con la
mirada perdida, enjugaba mis ojeras sin tener que ocultar el temblor
de las manos. ¡Tengo que irme!, grité desesperado. Los allí
presentes me miraron comprensivos. Me eché a correr. Tenía que
apresurarme si quería llegar a tiempo a mi cita. Le gustaría saber
que pronto... solo necesitaba que me fiara una vez más.
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Venga, no te cortes...