El incómodo cadáver del mediador
familiar llevaba ya varios días debajo del sofá. Él, cada vez que
entraba en el salón, arrugaba la nariz con disgusto y abría la
ventana de par en par con grandes aspavientos, asegurándose de que
lo viera. Esperaba que ella se encargara, como hacía siempre con
todo. Está bien -pensó ella- lo mismo me da dos que uno.
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Venga, no te cortes...