Salen sigilosamente de las habitaciones
de sus hijos con su típico gesto de infinita desaprobación. Los
padres, expectantes, aguardan en el pasillo. Ella, mordiendo lo que
le queda de uñas; él, dirigiendo inconscientemente su mano a donde
guarda la cartera, aunque ahora mismo esté en pijama. “Los niveles
del pequeño no superan los límites”, comenta el uno. El otro,
frunciendo el ceño: “Los del mayor, sin embargo, sí. Por no
hablar de los suyos, claro. (El padre intenta contener la
respiración.) Entonces, añadiendo el consumo de oxígeno a los
gastos anteriores... tenemos un incremento del veintiocho por
ciento”. “Ah, veo que esperan otro hijo”, dice, dejando escapar
una risita.
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