A las 22:00 se produjo la erupción, justo dos horas después. Sentía escalofríos y me escocía. Cuando el picor empezó a extenderse por el resto del cuerpo me asusté un poco. Marché rápido a la cama para que mis padres no se preocuparan. Por la mañana me desperté con una extraña sensación. Abrí los ojos y vi a mi madre, que a cierta distancia me miraba fijamente, estupefacta. De reojo, vislumbré mi imagen en el espejo: unas brillantes escamas verdes recubrían mi piel, y una lengua bífida salía de vez en cuando por propia iniciativa de entre mis dientes. “Dijiste que no te había mordido”, balbuceó.
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