Hablando todo el día con el loro del vecino aprendí mucho, le había hecho memorizar datos muy interesantes. Su dueño era un viejito con Alzheimer; encantador, la verdad. Cuando lo visitaba me contaba batallitas de cuando era un forajido, robaba bancos y escapaba trotando con su caballo. El pobre ya no diferenciaba realidad de ficción. Paradójicamente acabé cogiéndole cariño, era como tener abuelo otra vez. Así que olvidé mis deseos de venganza y cuidé de él hasta sus últimos días. Entonces pedí al loro la clave de la caja fuerte. El famoso botín que el viejo y mi abuelo robaron hacía tantos años por fin era mío.
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Venga, no te cortes...