Habían hecho el mismo número cientos de veces, desde aquella época en la que aún eran felices. Siempre salía perfecto (más le valía) pero esta vez el truco salió mal: su mujer no apareció por donde tenía que aparecer. Miraba una y otra vez la trampilla, sin llegar a comprender. Tratando de disimular su ira delante de toda esa gente, se quitó la chistera para empapar su sudor con un pañuelo. “Se va a enterar”, pensó. Pero se equivocaba. Antes siquiera de que él saliera del teatro ella ya estaría cogiendo un avión, alejándose de él para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Venga, no te cortes...