Era pura elegancia en su vestir y en sus maneras. Allá donde aparecía todo el mundo la contemplaba con admiración, extasiados por su belleza, pasmados por sus movimientos suaves y gráciles. Nada de lo que la rodeaba estaba dejado al azar. Cuidaba su apariencia al detalle. No era mujer de muchas palabras, y cuando le hablaban se limitaba a responder con monosílabos, cubriendo delicadamente con su mano esa boquita de piñón que hacía juego con su cara perfecta. Raras veces se relacionaba con algunos afortunados y nunca iba acompañada. No había una persona en la ciudad que no muriera de ganas de disfrutar de su compañía. El misterio de lo desconocido se ceñía alrededor de la vida de esta hermosa mujer como si del envoltorio de un delicioso dulce se tratara. Nadie imaginaba la pestilencia que ocultaban esos perfumes caros ni los sapos y culebras que le salían cuando al llegar a casa, abría la boca, después de toda una jornada manteniéndolos a raya.
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