Los hombres que me suelen gustar no
saben llorar: los llaman lacrinóminos. Más que no saber, no pueden,
como yo: producto de una primera generación de seres creados
mediante tecnología genética nacimos con una tara que impide la
producción de lágrimas. Se nos distingue desde lejos, pues sin
lagrimeo, nuestros ojos permanecen fijos. Solo nos está permitido
relacionarnos eróticamente entre nosotros; así hemos sido
programados. Sin embargo, últimamente, cada vez que veo
a un hombre normal emocionarse siento algo que nunca había sentido.
No sé bien qué es, pero me gusta. Desde hace semanas no salgo de
casa sin unas buenas dosis de colirio.
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