Mentes Enfermas
Fui a visitar a mi padre y le confesé lo que había hecho. Necesitaba desahogarme y sabía con certeza que él nunca me delataría. El horror se iba reflejando en sus ojos vidriosos a medida que le describía los detalles más truculentos hasta que, como esperaba, su expresión mutó en un instante del espanto y el asco a la tranquilidad más absoluta. Ya lo había olvidado. Con la mirada perdida preguntó: ¿nos conocemos de algo?
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