Desde el día que murió no volvió a ser el mismo. La transformación fue radical: dejó el tabaco y el alcohol, empezó a moverse en otros círculos y cambió su vida sedentaria por los deportes de riesgo; no conocía el miedo. Les dedicaba tiempo a sus hijos y se mostraba atento y cariñoso con su mujer, quien todavía no podía terminar de creérselo. Los únicos inconvenientes, esa palidez extrema y ese aliento de ultratumba. Nadie es perfecto.
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