"La muerte se ha olvidado de
nosotros, compañero!”, exclamó incorporándose a duras penas al ver a otro que se movía entre la amalgama de cuerpos. El silencio
podía oírse donde antes había reinado el caos. Algunos carroñeros
oteaban desde el cielo y otros daban buena cuenta de los despojos.
Espantó a uno que se le acercó demasiado. El otro hombre, cubierto de
sangre, se cercioró de que estaba ileso, se acercó hasta él y le
ayudó a levantarse. “Hemos tenido mucha suerte”, dijo el
primero. El otro asintió, mudo, con la vista fija en él, mirando a
través del boquete que tenía donde debería estar su corazón.
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