“¿Me oyes? Toda la vida igual, con esa cara de pánfilo, que no sé cuándo me escuchas ni cuándo no. Aunque mejor así, porque luego cuando te pones a hablar ya no hay quien te calle. Bueno, te callaba. Seguro que ha sido por los puros, mira que siempre te he dicho que odiaba ese olor pestilente. O por salir sin abrigarte bien. ¡Si me hubieras hecho más caso!”
Su marido lucha por no revolverse en su lecho de muerte, tentado de abrir los ojos y darle el susto de su vida pero opta por descansar en paz. Al fin.
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