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La foto es mía |
Contaban, los pobres borregos, creyendo que seguían bien las reglas del juego. Y los muy ilusos se volvían, con esa parsimonia suya, esperando pillarlo moviendo alguna pata. Pero el cabrón ni pestañeaba, permanecía inmóvil hasta que la cantinela comenzaba de nuevo, aproximándose poco a poco, pacientemente.
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